El europeo que trate de cruzar un paso de peatones en Buenos Aires
quizás se sorprenda al comprobar cómo casi ningún conductor respeta el
semáforo en verde para el transeúnte. Sin embargo, lo más llamativo no
es eso, sino la mansedumbre con que los caminantes ven cómo se les echan
encima motos, coches y autobuses y se quedan quietos y callados; a
veces saltan o corren tratando de sortear los coches, siempre sin
rechistar, como si asumieran que cuando impera la ley del más fuerte no
tiene sentido reclamar los derechos. La escena, tan cotidiana en las
calles de América Latina, puede servir para explicar el asombro que
buena parte de los intelectuales de este continente sienten al ver la
“resignación” con que Europa acepta que el mayor peso de la crisis
económica recaiga sobre las espaldas de los más débiles.
El filósofo argentino Ricardo Forster, simpatizante con el Gobierno de Cristina Fernández,
recuerda que en la Argentina de los noventa el discurso hegemónico era
el de los economistas ortodoxos. Y la expresión en boga era “esto es
inexorable”. Las peores medidas económicas parecían inevitables. “Eso
significó el miedo a las mutaciones. Europa guarda el miedo de sus
propios excesos: las revoluciones, los fascismos, el estalinismo,
dejaron el miedo como herencia. Y ahora, ciertas ideologías de la
ortodoxia económica trabajan sobre ese miedo: miedo a perder lo que se
tuvo, la estabilidad. Es genuino el miedo. Algo parecido ocurrió en la
Argentina de los noventa. El hombre común y corriente siente la
sensación de que delante de sí hay un abismo, una fragmentación, una
pérdida de derechos… He estado hace poco en España y algunos amigos
catedráticos me han contado cómo les han quitado las pagas extras, lo
que aquí llamamos aguinaldos. Eso no sucedió en Argentina ni en los
peores momentos de la crisis. Y ellos me lo decían con cierta
resignación. En Francia, sin embargo, la sociedad sigue teniendo una
conciencia del rol del Estado mucho mayor. Pero es un momento muy
desafiante, muy rico. Las sociedades opulentas piensan cada vez menos.
Ojalá esto ayude a Europa a mirarse a sí misma, repensarse”.
Europa continúa siendo para muchos latinoamericanos un espejo donde
mirarse. Pero el espejo, cada vez se ve más lejano y empañado. “Una
crisis financiera (o muchas juntas, con sus respectivos correlatos
sociales) no pueden echar abajo siglos de crecimiento cultural”, señala
el peruano Dante Trujillo, director-fundador de la revista literaria Buen Salvaje.
Pero esa decadencia, unida al “desarrollo económico y el crecimiento
cultural de Sudamérica” permite a Trujillo replantearse “quién es hoy el
buen salvaje”.
El escritor uruguayo Mauricio Rosencof observa una Europa fluctuante,
“que quiere y no puede”, una Europa donde se ven contenedores de basura
cerrados con candados para que los españoles no retiren alimentos que
pueden estar en mal estado. “Eso, teóricamente, debería dejarse para
América”, señala.
El actor peruano Jason Day cree que “aunque aun hoy un viaje a París
es un viaje a París, la atención se la roba quien ya pasó una semana en
la China o unos días en Singapur”. “El peruano promedio conduce coches
orientales. Ni el Ferrari ni el Aston Martin son para nosotros. Aunque
los admiramos y deseamos, sabemos que corresponden a otra realidad. ¿A
qué aspiramos? A ‘ganarle a Chile’, a hablar chino, a negociar con
coreanos y, tal vez, algún día, por qué no, a conocer París, donde murió
nuestro César Vallejo querido. Eso, porque sigue dando cierto status
social tener una foto en los Campos Elíseos. Para un reducido grupo de
intelectuales, artistas, académicos y personas de mucho dinero, Europa
sigue siendo el continente de la alta cultura. Berlín, para los que
saben, es el centro cultural del mundo. Está a la vanguardia en arte,
música, diseño, arquitectura... Pero nada de eso tiene mayor
trascendencia en la vida diaria del peruano promedio. En cualquier caso,
no pasa desapercibida para nadie la cantidad de europeos que están
llegando al país para quedarse; sabemos que por allá no la están pasando
muy bien. Y sabemos cómo se siente no pasarla bien”.
Esa consciencia de que Europa atraviesa por muy mal momento puede
generar desconfianza hacia los inversores europeos. El argentino Horacio
A. Losoviz, presidente de Indra en Buenos Aires, cree que la crisis ha
reducido la “credibilidad sobre la posibilidad de recibir inversiones de
esos países”. Y la falta de credibilidad “incrementa la idea de que se
intentará llevar mayores utilidades [beneficios] y capital a la
“metrópoli” para cubrir pérdidas actuales en sus propios mercados”.
“Ante esto es fundamental mostrar que esas empresas tienen estrategias
internacionales que prevalecerán sobre el nacional de su origen. Los
diversos accionistas que participan en las bolsas de distintos países
exigen razonabilidad y eficiencia global, sin importarles el lugar de
crecimiento de sus empresas y de colocación de las inversiones”.
Algunos intelectuales lamentan que el espejo no solo haya quedado
lejos y empañado, sino roto. El abogado chileno Carlos Peña, rector de
la universidad santiagueña Diego Portales y analista político en el
diario El Mercurio, recuerda que durante muchos años, “durante
la primera mitad del siglo XX, nada menos”, el modelo a seguir para la
élite política e intelectual chilena fue el europeo, visto como “un
estado de derechos universales crecientes”. Pero… “El quiebre de la
democracia –el golpe de 1973-- fue el fracaso final de ese esfuerzo. La
dictadura sustituyó entonces el sueño europeo por el sueño americano. En
los años ochenta, los Chicago Boys lograron hegemonizar a las
élites y entonces el modelo americano se transformó en el más apetecible
y el mejor: un estado contributivo, donde cada uno recibe en proporción
a su esfuerzo. El resultado fue la privatización de la vida: la
educación, la salud y la vivienda se transformaron en logros
individuales que cada uno debía obtener sobre todo gracias a su
esfuerzo”. Chile vivió así el paso de un modelo en que los derechos eran
susceptibles de ser exigidos a la comunidad a otro donde imperaban los
“logros que cada uno debía alcanzar”. Con lo cual, “a fines de la
segunda mitad del siglo XX Chile transitó del sueño europeo al
americano. Pero luego surgió el malestar. Desde el año 2008 en adelante,
la ciudadanía (la misma que gozó de los frutos de la modernización a la
americana) empezó a quejarse por la excesiva privatización de la vida.
Las élites entonces empezaron a mirar a Europa”.
Los chilenos comenzaron entonces a reclamar la expansión de los
derechos en el área de la educación y la salud. “Pero entonces se
encontraron con que Europa estaba en crisis y que la expansión de
derechos al parecer no era del todo posible. Esa es la significación que
la crisis de Europa posee para Chile: que todos los sueños parecen
haberse roto”, concluye Peña.
El chileno Carlos Peña no es el único en pensar que los males de Europa, tarde o temprano, afectarán a América Latina.
“Europa alcanzó, durante los últimos veinte años, estándares de
democracia, transparencia, pluralismo, cuidado de las minorías, cultura y
equidad social como ninguna otra región del mundo”, recuerda el
periodista y escritor argentino Jorge Fernández Díaz. “Fue un modelo y
un faro para muchos países. Y por lo tanto, su actual crisis tiene un
impacto negativo en esas mismas repúblicas emergentes, donde se utiliza
estas nuevas tristezas europeas como coartadas para infringir las reglas
de la democracia y practicar sin complejos nacionalismos rancios y
populismos de distinto pelaje. Para los conservadores de nuestras
naciones la culpa de la crisis la tiene el “excesivo” Estado de
bienestar. Para los hombres de izquierda se debe a la práctica uniforme
del neoliberalismo. En mi humilde opinión, ha quedado suficientemente
demostrado que dejar en libertad a los buitres del mercado y a la vez
sujetar el cambio monetario han sido las verdaderas razones de esta
caída”.
Por aquí y por allá resurgen las voces en Latinoamérica que protestan
contra la hegemonía del mercado sobre la política. Una de las más
notables es la de Roberto Lavagna, ministro de Economía con los
peronistas Eduardo Duhalde (2002-2003) y Néstor Kirchner (2003-2005). Lavagna fue uno de los grandes responsables al sacar a su país de la gran crisis de 2001.
Hoy se muestra muy crítico con la política de Cristina Fernández, pero
coincide con Fernández al sostener que el resto de Europa hace mal en
tratar de cumplir las exigencias de Alemania y del Fondo Monetario
Internacional: “Los recortes que destruyen poder de compra en la
población son recesivos y no dan resultado en el término de los
equilibrios fiscales. Alemania orientó esa corriente, sostenida además
por un Gobierno de la Unión Europea en Bruselas sin ningún poder ni
influencia y un Fondo Monetario Internacional que siempre sostuvo esta
receta. Esta fue la receta que le ofrecieron a Argentina y que nosotros
rechazamos en el año 2002”. “A mí me asombra las enormes sumas de dinero
que se le dan a los bancos y me pregunto: ¿Por qué no atender a los
consumidores endeudados? Porque atendiéndolos a ellos, dándole
reprogramaciones de los préstamos, bajándoles tasas de interés,
etcétera, terminan haciendo que el consumidor recobre parte de la
confianza y empiece a demandar y a poner en marcha la economía. Solo veo
en Europa la esperanza absurda de que dándole fondos a los bancos los
bancos van a dar créditos y de esa manera van a permitir que la economía
vuelva a avanzar. Pero resulta que, cuando uno les da fondos, los
bancos utilizan esos fondos no para dar créditos sino para mejorar su
situación de capital. Con lo cual, no hay más créditos y aún si hubiera
créditos, probablemente la gente no estaría dispuesta a seguir
tomándolos porque están sobreendeudados”.
En medio de tanta frustración, Liniers, uno de los dibujantes de
historietas más conocido de Argentina, quiere extraer un mensaje
optimista: “Ustedes los europeos no están acostumbrados a los ciclos de
diez años. Acá los plazos casi siempre fueron así. En 2001 nos robaron
la plata. Como ahora a ustedes. Recuerdo que en los años ochenta, cuando
yo era chico, me robaron el walkman en una estación de tren.
Fue un ladrón que vino y me dijo: 'Te voy a cagar a trompazos si no me
das eso’. Me sentí tremendamente enojado y humillado. Pero al llegar a
casa mis viejos me consolaron. Y de forma muy rápida uno se da cuenta de
que la gente buena siempre está ahí. En Europa les están robando el walkman
ahora, pero la gente creativa sigue ahí. Eso no se pierde. Si tuvieron a
Cervantes, a Velázquez y a Caravaggio… Ya está, nos cagaron a todos”.
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