“Olía mucho a alcohol. Era bajito, feo, con los ojos saltones. Tenía
28 años, solo dos más que yo. Y disfrutaba torturando. Se le notaba
porque en medio de la furia, al pegarte bofetadas y patadas, tenía un
gesto de placer, de satisfacción”. Así es como Felisa Echegoyen recuerda
al exinspector José Antonio González Pacheco, alías Billy El Niño, uno
de los cuatro cargos franquistas a los que la juez argentina María
Servini de Cubría ha ordenado detener para interrogarlos en Buenos
Aires.
“Entró en mi casa con otros cuatro policías el 8 de octubre de 1974.
Tiraron la puerta abajo y yo me escondí detrás de la nevera. Me sacaron
de los pelos. Me llevaron hacia la ventana y pensé que me iban a tirar.
Grité. Billy El Niño me puso un pañuelo en la boca y casi me ahoga. Con
las mujeres era igual de bruto. ‘¡Puta roja!’, me gritaba”, prosigue
Echegoyen. “Me daban patadas mientras me preguntaban: ‘¿Dónde está la
multicopista?’ Yo no la tenía, pero en una bolsa en el tejado
encontraron propaganda de varios partidos y me llevaron a la DGS [sede
de la antigua Dirección General de Seguridad en Sol], donde varias veces
al día te subían del calabozo para interrogarte y torturarte”.
José María Galante, de la asociación La Comuna, también lo recuerda
muy bien. “Le encantaba el mote que le habían puesto. Una vez, me tenía
esposado al radiador en un despacho de la DGS, llegó, me dio un culatazo
y me dijo: ‘Has tenido el honor de que te pegue un culatazo Billy El
Niño”. “Era muy peligroso porque no tenía muchas luces y sí una
impunidad absoluta. Era bastante alfeñique, poca cosa. Se ponía delante
de ti a hacer gestos de kárate, te daba una patada y te decía: ‘Eres un
gran saco de golpes’. No era un funcionario que torturaba, era un
torturador compulsivo, disfrutaba haciéndolo: ‘Te puedo destruir”.
Galante también pidió la imputación del excomisario José Ignacio
Giralte González, al que acusa de torturas en la DGS. Como Alfredo
Rodríguez Bonilla, cuyo testimonio recoge la juez argentina en el auto
por el que ordenó su detención: “Me decían que bajara la cara. Cada vez
que lo hacía, me golpeaban. Por la espalda recibí golpes, incluidos los
que me propinaban con las propias cadenas con las que fui detenido y
patadas en la entrepierna. Según me iban golpeando, me decían: ‘Di que
tu madre es una puta y tu padre es maricón...”.
Acacio Puig también celebraba ayer la orden de detención contra Celso
Galván, pese a que ha fallecido y no tendrá que responder ya ante la
justicia. “Un día, al volver del cine con mi novia, me encontré a la
policía en casa, donde teníamos un almacén de propaganda de la Liga
Comunista Revolucionaria. Era mayo de 1973. Nos llevaron a la DGS y allí
Celso Galván dirigía las torturas. Él no pegaba, era torturador de
guante blanco. Les gritaba a los demás: ‘¡Baldar a este hijo de puta!’,
‘¡Leña hasta que hable inglés!”.
Andoni Arrizabalada murió hace unos años, pero su hermano Jon decidió
querellarse en Argentina por las torturas que le habría propinado el
guardia civil Jesús Muñecas Aguilar. “Le ataron por el pie al hueco de
una escalera desde un tercer piso, le hacían creer que le iban a
ahogar... Cuando mi padre y mi hermano fueron a verle, el capitán
Muñecas lo sacó para que lo vieran bien. Les dijo, sonriendo: ‘Esto es
lo que ocurre cuando no quieren colaborar’. Estaba tan desfigurado por
las palizas que mi padre y mi hermano no le reconocieron. Tenía 29 años.
Después de aquello le soltaron. Volvió a ser detenido, pasó ocho años
en prisión por ser militante de ETA y salió con la amnistía de 1977”.
La juez argentina María Servini de Cubría ha escrito un auto de 204
páginas para argumentar los motivos por los que reclama, desde Buenos
Aires, la detención de estos cuatro hombres. Considera que los hechos de
los que resultan responsables son “sancionables con penas de ocho a 25
años de prisión” y precisa que “constituyen crímenes de lesa humanidad,
por lo que son imprescriptibles”.
Con cautela, porque la experiencia les ha enseñado que cuando algo
les sale bien, lo siguiente les sale mal —Garzón abre una causa contra
el franquismo, pero le suspenden a continuación—, las víctimas del
franquismo celebraron ayer las órdenes de detención. Pero desconfían.
“Durante la dictadura, España fue refugio de nazis. Sería muy triste que
ahora fuera manto protector de torturadores”, afirmó Manuel Blanco
Chivite, uno de los querellantes, y miembro de la asociación La Comuna.
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