Tiempo Argentino
Reciclado en hombre del Derecho, defendió a otros acusados por delitos de lesa humanidad. Apodado "El Carnicero de San Juan", fue condenado a perpetua por la desaparición de la ciudadana franco-argentina Marie-Anne Erize.
La
más reciente fotografía de ellos fue tomada el 5 de julio en un salón
de la Universidad de San Juan, tras leerse las sentencias del Tribunal
Oral Federal de esa provincia contra siete represores por delitos de
lesa humanidad. Los mostachos plateados del ex teniente Gustavo De
Marchi parecían el manubrio de una Harley-Davidson. Y el porte del ex
mayor Jorge Antonio Olivera tenía alguna semejanza con el del beato
Ceferino Namuncurá, pero con ojos duros. El primero acababa de obtener
25 años; el otro, cadena perpetua. Aquellas dos terribles palabras no
habían alterado su expresión de piedra.
Ya se sabe que el 25 de
julio, al ser llevados al Hospital Militar Central Cosme Argerich por
presuntas razones médicas, ambos pusieron los pies en polvorosa. Las
"razones médicas" fueron parte del plan. En la autorización para sus
traslados desde la cárcel cuyana de Chimbas al penal bonaerense de
Marcos Paz, intervino con notable tesón una psicóloga de ese nosocomio
castrense: Marta Ravasi, nada menos que esposa de Olivera. El trasfondo
de la fuga incluye funcionarios del Poder Judicial, personal de las
Fuerzas Armadas, agentes del Servicio Penitenciario Federal (SPF) y
hasta médicos. De hecho, siete oficiales del Ejército fueron pasados con
premura a retiro, se dispuso el relevo de la cúpula hospitalaria y
también la disponibilidad de siete efectivos del SPF, mientras el juez
federal Claudio Bonadio instruye la pesquisa judicial, apoyada con una
recompensa de 2 millones de pesos por cada evadido. Lo cierto es que
–junto a su camarada– Olivera, una verdadera estrella del terrorismo de
Estado, se convirtió así en el prófugo más buscado del país. Una ocasión
propicia para explorar su historia.
EL DERECHO A LA BEBIDA
Hacía
una década, un estudio jurídico con oficinas en un sobrio edificio de
la calle Tucumán, frente al Palacio de Tribunales, había puesto el
siguiente aviso en el Diario Popular: "Kioscos: No a la ley seca.
Defienda sus derechos." Sus dos socios eran especialistas en amparos
para conjurar la norma municipal que prohibía en horario nocturno la
venta de bebidas alcohólicas. Uno de ellos, al tratar con los clientes,
siempre prevenía: "Vamos a ver qué juzgado nos toca." Su voz transmitía
una gélida amabilidad. A sus espaldas había un crucifijo y una enorme
foto enmarcada del malogrado crucero General Belgrano. El doctor no era
otro que Olivera. El "Carnicero de San Juan" –su mote en un pasado que
él pretendía sepultar– se había reciclado en hombre del Derecho.
Como tal –además de kiosqueros–, supo defender a personajes como el
general Guillermo Suárez Mason, el almirante Emilio Eduardo Massera y el
criminal de guerra nazi Erich Priebke, entre otros represores de fuste.
A la vez, sumó prestigio profesional entre los uniformados al lograr en
2002 que la justicia dejara sin efecto el recorte salarial del 13 % en
el Ejército, impulsado por el gobierno de la Alianza. Y en 2000 se
atrevió a patrocinar en el Tribunal de Estrasburgo una causa contra la
ex premier británica Margaret Thatcher por el hundimiento del crucero
General Belgrano durante la Guerra de Malvinas. En ese marco, en agosto
de ese año partió a Europa.
Nunca imaginó el costo de esa
audacia. "¡Olivera!", le gritó una empleada de Aerolíneas Argentinas en
el aeropuerto de Fiumicino, en Roma. El grito lo sorprendió. Y también a
su esposa, doña Marta; ellos había disfrutado en esa ciudad de una
segunda luna de miel, al cumplir 25 años de casados. Mayor aún fue la
sorpresa del militar al oír la siguiente frase: "Está arrestado", por
boca de un funcionario de Interpol.
En ese momento, los voceros
del Ejército dejaron trascender que "todo se debe a una conspiración
inglesa" por el reclamo del mayor retirado en el Viejo Continente. En
realidad, su captura había sido ordenada por el juez francés Roger Le
Loire, debido a la responsabilidad de Olivera en la desaparición de la
modelo franco-argentina Marie-Anne Erize. Su defensa en Italia fue
asumida por un conocido abogado neofascista, Augusto Sinagra, quien fue
defensor de Licio Gelli, el gran maestre de la Logia P-2, de la que eran
miembros Sinagra, Suárez Mason y Massera. Con ayuda de la inteligencia
del Ejército –que envió una documentación falsificada a Italia–, Olivera
recuperó la libertad tras 42 días de cárcel. No obstante, el fantasma
de Erize le perseguiría hasta el presente.
EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS
El
15 de octubre de 1996, la ciudad de San Juan amaneció bajo un cielo
radiante. A media mañana, una muchacha entró a la bicicletería situada
en la esquina de Tapia y Mariano Acha. Ella, muy delgada, de cabello
llovido y ojos verdes, irradiaba una belleza lindante con la melancolía.
Su bicicleta tenía un problema de frenos. Una hora después la iría a
buscar. Y se fue. Desde adentro, el dueño del negocio vio como era
interceptada por un sujeto; sus modos eran agresivos y amenazantes. El
tipo la arrastraba de un brazo. El bicicletero, entonces, salió, para
interponerse en la situación. Se lo impidieron otros dos tipos. Uno de
ellos le apoyó una pistola en la sien. Y sus palabras fueron: "Guardá la
bicicleta, seguro que alguien va a venir a buscarla." Desde entonces,
Marie-Anne estuvo como esfumada de la faz de la tierra.
Ella
había nacido en el seno de una familia francesa residente en Argentina.
Vivió su infancia en pleno monte misionero; fue finalista del concurso
"Miss Siete Días" y su figura ilustró varias veces la tapa de la revista
Gente. Luego empezó a estudiar Antropología en la UBA, además de
trabajar en la Villa 31, de Retiro, junto con el cura Carlos Mugica, a
la vez que iniciaba su militancia en Montoneros. En 1975, su pareja,
Daniel Rabanal, cayó en Mendoza. Marie- Anne se refugió en San Juan.
Ahora se sabe que la patota que la secuestró era encabezada por el
entonces teniente Olivera. Lo acompañaban los oficiales Eduardo Bic, y
Eduardo Daniel Cardozo, hijo del general Cesáreo Cardozo, ajusticiado en
un atentado montonero, mientras estaba al frente de la Policía Federal.
El trío llevó a su víctima a un camping de suboficiales del Ejército
llamado "La Marquesita", que funcionaba como centro clandestino de
detención. Dicen que, en aquel inframundo, Olivera y Cardozo tuvieron un
fuerte entredicho, al disputarse entre ellos el derecho de violar a la
cautiva. Marie-Anne fue asesinada poco después.
Olivera, hijo
de un gendarme, había nacido el 10 de agosto de 1950 en la ciudad
misionera de Posadas. Egresó del Colegio Militar en 1971 y su primer
destino fue un regimiento de Junín de los Andes, en Neuquén. Recién en
1975 llegaría a San Juan, en donde fue jefe de inteligencia del
Regimiento de Infantería de Montaña 22. Vivió dos años en esa provincia
cuyana, junto a su joven esposa, Marta, quien, además de psicóloga, era
informante del Ejército. Su esposo luego tuvo destinos en La Plata,
Posadas y Corrientes. Ya en 1984, ocupó un puesto en el comando de
paracaidistas de Córdoba. Tres años más tarde, se plegaría a la rebelión
carapintada de Aldo Rico. Y, a consecuencia de las leyes de Obediencia
Debida y Punto final, los procesos por delitos de lesa humanidad en su
contra quedaron en la nada. Ya se sabe que su próximo paso fue
convertirse en abogado. Alternaría esa profesión con su militancia en el
Movimiento de Dignidad Nacional (MODIN), liderado por su dilecto amigo
Rico. Incluso, presentó su candidatura a diputado en las elecciones de
1999, pero sin éxito. Aun así, la vida parecía sonreírle.
En
diciembre de 2007, el juez federal de San Juan, Leopoldo Rago Gallo,
ordenó su detención y la de otros oficiales y suboficiales del Ejército,
por las torturas a las que fue sometida la actual jueza Margarita
Camus, hija del ex gobernador de esa provincia, Eloy Camus. Entonces
fueron arrestados los suboficiales Osvaldo Benito Martel y Alejandro
Víctor Lazo. Pero Olivera y Vic pasaron a la clandestinidad. El
comandante de Gendarmería, Ernesto Jensen, quien tenía el control
operacional de Catamarca, La Rioja y San Juan, declaró que Olivera
"llevaba la batuta de todo en el grupo de tareas del Regimiento de
Infantería de Montaña 22".
Olivera llevaba casi un año prófugo.
Acostumbrado a la impunidad, deambulaba tranquilo ayer por las calles de
Vicente López, en donde habitaba con doña Marta un suntuoso chalet. En
la mañana del 3 de noviembre de 2008, una brigada de la Policía Federal
le alteró la rutina. El represor intentó resistirse, pero fue reducido.
Ya se sabe que el 5 de julio fue condenado a perpetua por medio
centenar de crímenes cometidos durante la última dictadura, incluido el
de Marie-Anne Erize. Y que, tres semanas después, se esfumaría de su
encierro. El "Carnicero de San Juan" está otra vez en la calle.
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