Página 12
Entre los centenares
de llamados y mails recibidos, elijo uno. “No lo puedo creer. Estoy tan
angustiada y con tanta bronca que no sé qué hacer. Logró lo que quería.
Estoy viendo a Orlando en el comedor de casa, ya hace unos años,
diciendo ‘él quiere ser Papa’. Es la persona indicada para tapar la
podredumbre. Es el experto en tapar. Mi teléfono no para de sonar, Fito
me habló llorando.” Lo firma Graciela Yorio, la hermana del sacerdote
Orlando Yorio, quien denunció a Bergoglio como el responsable de su
secuestro y de las torturas que padeció durante cinco meses de 1976. El
Fito que la llamó desconsolado es Adolfo Yorio, su hermano. Ambos
dedicaron muchos años de su vida a continuar las denuncias de Orlando,
un teólogo y sacerdote tercermundista que murió en 2000 soñando la
pesadilla que ayer se hizo realidad. Tres años antes, su íncubo había
sido designado arzobispo coadjutor de Buenos Aires, lo cual preanunciaba
el resto.
Orlando Yorio no llegó a conocer la declaración de
Bergoglio ante el Tribunal Oral Federal 5. Allí dijo que recién supo de
la existencia de chicos apropiados después de terminada la dictadura.
Pero el Tribunal Oral Federal 6, que juzgó el plan sistemático de
apropiación de hijos de detenidos-desaparecidos, recibió documentos que
indican que ya en 1979 Bergoglio estaba bien al tanto e intervino al
menos en un caso a solicitud del superior general, Pedro Arrupe. Luego
de escuchar el relato de los familiares de Elena de la Cuadra,
secuestrada en 1977, cuando atravesaba el quinto mes de embarazo,
Bergoglio les entregó una carta para el obispo auxiliar de La Plata,
Mario Picchi, pidiéndole que intercediera ante el gobierno militar.
Picchi averiguó que Elena había dado a luz una nena, que fue regalada a
otra familia. “La tiene un matrimonio bien y no hay vuelta atrás”,
informó a la familia. Al declarar por escrito en la causa de la ESMA,
por el secuestro de Yorio y del también jesuita Francisco Jalics,
Bergoglio dijo que en el archivo episcopal no había documentos sobre los
detenidos-desaparecidos. Pero quien lo sucedió, su actual presidente,
José Arancedo, envió a la jueza Martina Forns copia del documento que
publiqué aquí, sobre la reunión del dictador Videla con los obispos Raúl
Primatesta, Juan Aramburu y Vicente Zazpe, en la que hablaron con
extraordinaria franqueza sobre decir o no decir que los
detenidos-desaparecidos habían sido asesinados, porque Videla quería
proteger a quienes los mataron. En su clásico libro Iglesia y dictadura,
Emilio Mignone lo mencionó como paradigma de “pastores que entregaron
sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”. Bergoglio me
contó que en una de sus primeras misas como arzobispo divisó a Mignone e
intentó acercársele para darle explicaciones, pero que el presidente
fundador del CELS alzó la mano indicándole que no avanzara.
No
estoy seguro de que Bergoglio haya sido elegido para tapar la
podredumbre que redujo a la impotencia a Joseph Ratzinger. Las luchas
internas de la curia romana siguen una lógica tan inescrutable que los
hechos más oscuros pueden atribuirse al espíritu santo, ya sean los
manejos financieros por los que el Banco del Vaticano fue excluido del
clearing internacional porque no cumple con las reglas para controlar el
lavado de dinero, o las prácticas pedófilas en casi todos los países
del mundo, que Ratzinger encubrió desde el Santo Oficio y por las que
pidió perdón como pontífice. Ni siquiera me extrañaría que, brocha en
mano y con sus zapatos gastados, Bergoglio emprendiera una cruzada
moralizadora para blanquear los sepulcros apostólicos.
Pero lo
que tengo por seguro es que el nuevo obispo de Roma será un ersatz, esa
palabra alemana a la que ninguna traducción hace honor, un sucedáneo de
menor calidad, como el agua con harina que las madres indigentes usan
para engañar el hambre de sus hijos. El teólogo brasileño de la
liberación Leonardo Boff, excluido por Ratzinger de la enseñanza y del
sacerdocio, tenía la ilusión de que fuera elegido el franciscano de
ancestros irlandeses Sean O’Malley, que carga con la diócesis de Boston,
quebrada por tantas indemnizaciones que pagó a niños vejados por
sacerdotes. “Se trata de una persona muy vinculada a los pobres porque
trabajó mucho tiempo en América Latina y el Caribe, siempre en medio de
los pobres. Es una señal de que puede ser un papa diferennte, un papa de
una nueva tradición”, escribió el ex sacerdote. En la Silla Apostólica
no se sentará un verdadero franciscano sino un jesuita que se hará
llamar Francisco, como el pobrecito de Asís. Una amiga argentina, me
escribe azorada desde Berlín que para los alemanes, que desconocen su
historia, el nuevo papa es tercermundista. Menuda confusión.
Su
biografía es la de un populista conservador, como lo fueron Pío XII y
Juan Pablo II: inflexibles en cuestiones doctrinarias pero con una
apertura hacia el mundo, y sobre todo, hacia las masas desposeídas.
Cuando rece su primera misa en una calle del trastevere o en la stazione
termini de Roma y hable de las personas explotadas y prostituidas por
los poderosos insensibles que cierran su corazón a Cristo; cuando los
periodistas amigos cuenten que viajó en subte o colectivo; cuando los
fieles escuchen sus homilías recitadas con los ademanes de un actor y en
las que las parábolas bíblicas coexisten con el habla llana del pueblo,
habrá quienes deliren por la anhelada renovación eclesiástica. En los
tres lustros que lleva al frente de la Arquidiócesis porteña hizo eso y
mucho más. Pero al mismo tiempo intentó unificar la oposición contra el
primer gobierno que en muchos años adoptó una política favorable a esos
sectores, y lo acusó de crispado y confrontativo porque para hacerlo
debió lidiar con aquellos poderosos fustigados en el discurso.
Ahora
podrá hacerlo en otra escala, lo cual no quiere decir que se olvide de
la Argentina. Si Pacelli recibió el financiamiento de la Inteligencia
estadounidense para apuntalar a la democracia cristiana e impedir la
victoria comunista en las primeras elecciones de la posguerra y si
Wojtyla fue el ariete que abrió el primer hueco en el muro europeo, el
papa argentino podrá cumplir el mismo rol en escala latinoamericana. Su
pasada militancia en Guardia de Hierro, el discurso populista que no ha
olvidado, y con el que podría incluso adoptar causas históricas como la
de las Malvinas, lo habilitan para disputar la orientación de ese
proceso, para apostrofar a los explotadores y predicar mansedumbre a los
explotados.
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