Los dos grandes escándalos que la Iglesia sigue intentando cerrar en falso, la protección durante décadas a los curas pederastas y la corrupción moral y económica de algunos miembros de la curia romana, se acaban de presentar en el zaguán del Vaticano justo en el momento más delicado, la renuncia de Benedicto XVI y la elección del nuevo papa.
A las dudas sobre si los cardenales investigados por encubrir a pederastas deben participar en el cónclave se unen ahora las revelaciones, cada vez más explícitas, sobre el contenido del informe secreto sobre el caso Vatileaks
—la filtración masiva de documentos papales— encargado por Joseph
Ratzinger a tres cardenales octogenarios. El documento, que fue
conociendo el Papa a lo largo de 2012, supone —según el diario La Repubblica—
la confirmación de que destacados miembros de la jerarquía vaticana
están implicados en luchas intestinas por el poder, el dinero e incluso
el sexo.
“Todo gira en torno al sexto y al séptimo mandamiento”. La frase, que
el periódico italiano pone en boca de una fuente conocedora del
informe, viene a resumir que la comisión de actos impuros y el robo son
los pecados, cuando no los delitos, que minan los cimientos del
Vaticano. El diario abunda en el conocimiento por parte de Benedicto XVI
del contenido del informe —elaborado por los cardenales Jozef Tomko,
Salvatore De Giorgi y Julián Herranz— determinó en gran medida su renuncia. Desde principios de abril, justo después de su viaje a Cuba y México, hasta el pasado mes de diciembre, los cardenales fueron contando al Papa, y solo al Papa, el resultado de sus pesquisas.
Según La Repubblica, la comisión cardenalicia entrevistó a
decenas de obispos, cardenales y laicos que fueron dibujando la
situación actual del Vaticano. Esto es, una confluencia de grupos de poder
articulados en función de las distintas congregaciones religiosas o de
su lugar de procedencia, pero también de sus apetencias sexuales.Según
la investigación, altos jerarcas de la Iglesia podrían estar siendo
víctimas de “influencias externas” —una forma suave de decir chantaje—
por culpa de “sus vínculos de naturaleza mundana”, o sea, por su
relación con los bajos fondos.
Y, a partir de aquí, el informe que el Papa tendría guardado en la
caja fuerte del apartamento pontificio para entregárselo a su sucesor
sube sensiblemente de tono. El diario hace referencia a un escándalo que
explotó en 2010 y cuyo protagonista fue Angelo Balducci, de 65 años, gentilhombre del Papa —un club laico relacionado con la curia romana— y por entonces presidente del Consejo Nacional de Obras Públicas
con el Gobierno de Silvio Berlusconi. Balducci estaba siendo objeto de
una investigación judicial cuando los agentes que le tenían pinchado el
teléfono constataron que utilizaba habitualmente los servicios de un
nigeriano, Chinedu Thomas Ehiem, de 42 años, cantor de la capilla Giulia
de la basílica de San Pedro, para contratar los servicios sexuales de
hombres jóvenes.
Por su parte, Marco Simeon, es un joven protegido del secretario de Estado, Tarcisio Bertone,
y a quien el arzobispo Carlo Maria Viganò —enviado a EE UU tras
denunciar la corrupción del Vaticano—- ya relacionó en el pasado con la corrupción económica dentro de los muros de la Iglesia. Pasado el tiempo, el joven protegido de Bertone también fue señalado como uno de los responsables de la caída en desgracia de Ettore Gotti Tedeschi,
el anterior presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR),
el banco del Vaticano. Gotti Tedeschi fue violentamente despedido en
mayo de 2011 después de que, durante dos años y medio, intentara sin
éxito limpiar las finanzas de la Iglesia.
Tras su destitución, y ante el temor de ser asesinado, Gotti
Tedeschi, viejo amigo del Papa, escribió un informe —ahora en poder de
la justicia— dejando constancia de su lucha infructuosa contra los vicios contables de la Iglesia.
La presidencia del IOR quedó vacante nueve meses y no se cubrió hasta
la pasada semana. No deja de ser significativo que la última decisión de
Benedicto XVI como Papa haya sido la de poner al frente del banco a un
alemán, el barón Ernst Von Freyberg.
Unas horas después se supo que el joven Marco Simeon había sido
destituido al frente de Rai Vaticano. También en el ajedrez vaticano,
los peones son los primeros en caer.
A los escándalos por el poder, el sexo o el dinero se une el más
triste de todos. El que supone la negación de la justicia y el consuelo a
las víctimas de la pederastia.
La polémica sobre si los cardenales sospechosos de haber ocultado los
actos de pederastia deberían abstenerse de participar en el cónclave no
hace más que crecer. El asunto, que fue puesto sobre la mesa por la
revista católica Famiglia Cristiana y la organización estadounidense Catholics United, solo tenía como objetivo en un primer momento al cardenal Roger Mahony,
acusado de encubrir durante sus 26 años al frente de la diócesis de Los
Ángeles a 129 sacerdotes acusados de abusos a menores. Pero enseguida
el foco se posó también sobre el cardenal primado de Irlanda, Sean
Brady, y el cardenal belga Godfried Danneels. Pero no serían los únicos
manchados por un escándalo tan grave. En algún momento de sus vidas, el
estadounidense Justin Francis Rigali, el australiano George Pell, el
mexicano Norberto Rivera Carrera, el polaco Stanislaw Dziwisz y el
argentino Leonardo Sandri también desoyeron el sufrimiento de las
víctimas. De hecho, uno de los candidatos a suceder a Benedicto XVI, el
cardenal de Nueva York, Timothy Dolan,
acaba de declarar en la investigación de abusos sexuales atribuidos a
sacerdotes de Milwaukee, donde él fue arzobispo entre 2002 y 2009.
Los grandes escándalos que Benedicto XVI no supo atajar durante su
pontificado se presentan ahora, con su rostro más crudo, en el momento
de la despedida.
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