Barcelona 14 de noviembre. Miles de personas –50.000 según los redactores del semanario Directa- se manifiestan por el centro de Barcelona en la marcha convocada por los sindicatos alternativos –mayormente CGT e IAC, pero también CNT, Cobas, COS y otros- en motivo de la huelga general. Esta fue una de las mayores marchas nunca vistas en la capital catalana que no solos no cuenta con el apoyo del sindicalismo de CCOO y UGT y la izquierda parlamentaria, sino ni siquiera con su presencia, ya que estos se manifestaban a solo unas calles paralelas en otra marcha también enorme. Culminaban así una jornada en la que decenas de miles de personas se habían movilizado a lo largo de la geografía catalana en masivos piquetes y manifestaciones por pueblos y barrios, en muchos casos no organizados por sindicatos, sino por ateneos, asambleas de barrio, colectivos de base y movimientos sociales.
Este es un
espacio político que ha ido creciendo y confluyendo en los últimos años y
aunque con la crisis ha tomado fuerza fue, quizás, en la época del
Tripartit donde empezó a confluir y solidificarse una alianza –no
firmada por ningún acuerdo, sino rubricada en decenas de iniciativas y
luchas locales y sectoriales donde han coincidido una y otra vez los
mismos actores- de todos los sectores que entendieron que la llegada de
las izquierdas a la Generalitat por primera vez desde la República no
suponía ningún cambio de fondo en las lógicas de gestión neoliberal. De
aquellos años destaca la lucha contra el Plan Bolonia, las
deslocalizaciones de fábricas y el modelo económico especulativo. Con la
llegada de los recortes el apoyo social a este sector –que sigue siendo
difuso y a veces difícil de ubicar sus márgenes- se ha multiplicado y
en no pocas luchas –desahucios, 15M, educación y sanidad públicas,
laborales...- han superado la intermediación histórica de sindicatos
mayoritarios e izquierda parlamentaria.
A pesar de este
crecimiento, este espacio cada vez mayor no tiene una representación
política que facilite su visualización para una mayoría social y permita
la extensión de sus reivindicaciones y alternativas más allá de las
resistencias concretas. Esto es culpa de la histórica fragmentación de
la izquierda radical, el peso del anarquismo –contrario a la
participación política- y cierta cultura de la marginalidad de la que
aún adolecen muchos activistas.
Pero esto podría cambiar el
próximo 25 de noviembre si la Candidatura d'Unitat Popular (CUP)
consigue –como señalan las encuestas más recientes- representación en el
Parlament.
Pero, ¿qué es la CUP?
La CUP es un
proyecto político municipalista nacido desde la izquierda
independentista a finales de los 80 en poblaciones medianas, donde este
movimiento tenía especial implantación, como Valls y Manresa, a la que
se sumaron otras candidaturas formadas durante la Transición, como la
UM9 en Sant Pere de Ribes i la CUPA en Arbúcies.
Pero no es
hasta las elecciones municipales del 2003 cuando las CUP –que entonces
son más conocidas en plural- empiezan un proceso de extensión
territorial y social, presentándose a más municipios y logrando más
concejales en una línea exponencial ascendente que se mantiene hasta los
últimos comicios de 2011, cuando logran 101 concejales y cuatro
alcaldías. Pero la parte más interesante del crecimiento no es su
acumulación de representación institucional, sino el proceso de
construcción de unidad popular, que supera con creces los límites
tradicionales de la izquierda independentista agrupando los sectores
críticos, combativos o sencillamente hartos de la política tradicional
en los municipios donde se articula. El éxito del modelo se visualiza
sobre todo en las ciudades, como Girona, Berga o Vilanova i la Geltrú,
en las que la CUP consigue, en muy poco tiempo, la hegemonía de la
izquierda, desplazando ERC e ICV, que en algunos casos –incluidos
dolorosos para ERC en Girona- pasan a perder la representación.
El salto autonómico
Este proceso de aglutinación de la mayoría las fuerzas sociales
alrededor del proyecto político de la CUP –en diferentes intensidades,
más en ciudades medianas y del interior de Catalunya, donde el
independentismo está más socializado, que en Barcelona y su área
metropolitana- se ha acelerado enormemente con la decisión tomada a
última hora de presentarse a las elecciones autonómicas anticipadas que
se celebrarán el próximo domingo 25.
Aunque naturalmente no
toda la escena anticapitalista apoya ni piensa votar la CUP –sobre todo
parte del sector anarquista más resistente a participar en unos
comicios- ha sido sorprendente la reacción de numerosísimos colectivos y
activistas sociales, muchas veces muy alejados e incluso críticos con
el independentismo. Prácticamente todas las organizaciones marxistas
–Revolta Global, En Lluita, LI, Corrent Roig- dan su apoyo a la
candidatura, la mayoría de candidaturas municipales alternativas –como
las que existen en el Vallès, Santa Coloma de Gramenet o Cornellà,- así
como militantes del grueso de movimientos sociales y sindicatos
alternativos, incluidos conocidos abstencionistas históricos.
Un apoyo que empezó ya cuando la CUP anunció que su decisión de competir
en las elecciones se tomaría mediante un centenar de asambleas locales
abiertas y, después, cuando presentó una lista plagada de conocidos
luchadores sociales –empezando por el presidenciable , el
periodista y cooperativista David Fernández- y personas públicas
comprometidas socialmente, como los músicos Cesc Freixas o Francesc
Ribera, el futbolista Oleguer Presas o el escritor Julià de Jòdar. Y
esta ha ido in crescendo a medida que avanzaba la
campaña electoral, en la que la CUP se ha mantenido férreamente fiel a
su tradición de participación, discurso sin concesiones y trabajo
militante. Esta red de nuevas –hasta cierto punto, ya que
muchas ya se habían tejido en las luchas de los años anteriores-
complicidades ha permitido a la CUP llegar a territorios y sectores
sociales donde nunca hasta el momento había tenido presencia y la ha
puesto a un pie de la representación parlamentaria el próximo domingo.
En esta línea, es imprescindible señalar que no se trata de un apoyo
orgánico al estilo de los partidos clásicos. La concepción de la CUP
como partido-movimiento –o partido anti-partido, como se prefiera- ha
facilitado la colaboración en horizontal, donde no se trata de llevar la
voz de los sin voz al Parlament, o no solo esto, sino de experimentar
la complementariedad de las luchas sociales a un terreno nuevo e
inexplorado como es la actividad parlamentaria en la que la CUP se
convertiría en un brazo más del difuso complejo de movimientos y
colectivos sociales.
Pero esta campaña electoral tiene visos de
crear algo mucho más profundo y duradero que unos simples resultados en
votos. El debate abierto –con centenares de actos y asambleas por todo
el territorio- entre sensibilidades de izquierda que se conocían y se
ignoraban al mismo tiempo, la concreción en un solo documento de las
numerosas alternativas dispersas elaboradas desde los movimientos
sociales y la solidaridad y apoyo mutuo generados en favor de un
objetivo en positivo –no solo defensivo- pueden tener la capacidad de
mostrar al conjunto de la sociedad la potencialidad y las propuestas de
un movimiento que hasta ahora aparecía disperso y desarticulado. Si
además la CUP obtiene representación su trabajo parlamentario se puede
convertir en un faro permanente que no sirva solo para incrementar la
voz de los que protestan, sino también para generar una mayor cohesión
interna y atraer a sectores de izquierda revolucionaria que hasta el
momento se encuentran, más o menos a regañadientes, en las fuerzas de
izquierda de gestión. En este sentido ha llamado fuertemente la atención
los movimientos de aproximación de sectores de EUiA o el apoyo que ha
recibido la CUP de parte de antiguos cargos y candidatos de ICV, ERC e
incluso el PSC.
No puede negarse en el análisis que los
peligros y amenazas de este proceso son numerosas y que este, en ningún
caso, será ideal. El sectarismo tradicional de buena parte de las
corrientes de izquierda, la cultura política de la marginalidad, los
personalismos y la dificultad de perfilar que es un proyecto
revolucionario en la Europa del siglo XXI serán algunos de los
obstáculos, a los que habrá que añadir la represión de los aparatos del
estado y la creciente desacreditación –ya iniciada- de los grandes
medios de comunicación y de las fuerzas de la derecha catalana. Pero es
evidente que el escenario del 26 de noviembre será mucho más propicio
para avanzar que el que existe hoy.
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