Sí, ya lo sabemos, pero no está de
más repetirlo e
incluso gritarlo hasta quedarnos roncos: en el mundo 870 millones de
personas pasan
hambre o están malnutridas (el 15% de la población total) y en España un
número creciente de familias se enfrenta al fantasma de la mala
nutrición e incluso el hambre. Lo que no todo el mundo sabe es que casi un tercio de los alimentos que se producen en el
mundo se dilapidan. Una macabra ironía, sin duda: gente muere de hambre y a la
vez tiramos comida. Pero este asunto del despilfarro adquiere un tinte aún más
dramático si además consideramos el impacto que tiene desde un punto de vista
medioambiental. ¿Sabemos cuánto cuesta producir, transportar y cocinar esta
comida? ¿Sabemos las enormes repercusiones que tiene sobre el suelo, el clima o
la biodiversidad?
Arrojemos algo de luz. Hace escasos días la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO
en sus siglas en inglés) hizo público “La huella del desperdicio de alimentos: impactos en los recursos
naturales“, un estudio que analiza los efectos del despilfarro alimentario
desde una perspectiva medioambiental. Una primera conclusión es que los costes
directos pueden alcanzar 750.000 millones de dólares. Pero a ese coste “económico”
hay que añadir el coste medioambiental de la comida que tiramos. Veamos:
1) La producción, el transporte y la manipulación de alimentos son
actividades que emiten una gran cantidad de gases con efecto invernadero. Es lo
que se conoce como huella de carbono
y se expresa en kilos de CO2. Pues bien, toda la comida que lanzamos
genera unas 3,3 Gigatoneladas de CO2. Esta cifra es mucho mayor que
las emisiones de CO2 de casi cualquier país del mundo. De hecho si “dilapidar
comida” fuera un país, sería el tercer país con más emisiones de CO2
(solo por detrás de China y Estados Unidos).
2) Nuestro modelo actual de producción alimentaria se caracteriza también
por una utilización masiva de agua para, entre otras cosas, regar los campos o
dar de beber al ganado. Este consumo es lo que se conoce como huella hídrica o de agua. Se calcula
que en un año la comida dilapidada consume 250 km3 de agua. Esta
cantidad equivale a todo el volumen del Lago Léman (Suiza) o al caudal que anualmente
mueve el Río Volga.
3) Asimismo, nuestro modelo de producción alimentaria requiere un uso voraz
de tierra para cultivos y pastos. Como reconocen muchos expertos la deforestación de la Tierra – en
particular, transformar bosques en suelo agrícola - es uno de los efectos más
visibles de la mano del ser humano. Se calcula que el 28% de la superficie de la
Tierra dedicada a cultivo sirve para
producir “comida que tiramos”. Se trata de una superficie más grande que
Estados Unidos o China. De hecho, solo la Federación Rusa es más extensa que la “república
independiente de la comida que se tira”. La deforestación también tiene un
enorme impacto en la biodiversidad.
Muchos ecosistemas son arrasados y la lista de especies en peligro de extinción
no deja de crecer.
Queda claro que este ritmo es insostenible y que ya
es hora que nos pongamos manos a la obra para acabar con el sinsentido del
despilfarro. Los gobernantes tienen mucho que hacer; las empresas de
alimentación también. Pero tú, lector y consumidor, también puedes impulsar el
cambio. Es muy sencillo: no tires más comida. En caso de duda recuerda: para
producir una hamburguesa necesitamos unos 16.000 litros de agua.
[Como colofón, un video de Midnight Oil que ya
tiene algunos años. La letra refleja el enorme daño que le estamos infligiendo
al Planeta Azul. ¿Será ya muy tarde?]
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