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jueves, 14 de enero de 2010

El museo que 'remueve' la Historia de Chile abre sus puertas en la capital

A días de las elecciones presidenciales, el Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos, emplazado en el centro de la capital, ha comenzado a funcionar de forma gratuita, acogiendo a miles de visitantes.

Es que, al parecer, la necesidad de reencontrarse con parte de la historia del país era más urgente de lo esperado. Los asistentes, en su mayoría familias, recorren las salas, conociendo o reconociendo archivos y testimonios a través de medios tecnológicos multimedia.

"Solo tengo ganas de llorar. Es horrendo lo que hicieron con las mujeres", comenta Carmen después de contemplar el testimonio de una ex prisionera desde una pantalla. "Sangraba por el ombligo, sangraba por los pezones, sangraba por los oídos. Yo era sólo una masa sanguinolenta". Los presentes se contraen al ingresar al sector de represión y tortura. Aquí los menores de edad tienen restringido el acceso por la crudeza de la información recopilada.

Según lo constata el llamado Informe Valech sobre prisión política (2004), las torturas cometidas por el Régimen fueron una práctica sistemática y planificada. En el caso de las mujeres, junto con la aplicación de corriente eléctrica, quemaduras y ahogamientos, eran habituales las violaciones y vejaciones sexuales.

Otro de los lugares que conmocionan son los dedicados a la infancia y al Golpe Militar. Aquí, la gente se aglomera en silencio frente al televisor que revive el bombardeo al Palacio de Gobierno con el presidente Allende en su interior.

Sin embargo, junto con las imágenes de las atrocidades vividas, coexisten símbolos de esperanza. Una de ellas es la figura de un caballito de mar. Según las declaraciones de sobrevivientes, lo único que veían era esta imagen dibujada en la rendija del desagüe del baño, cuando les sacaban las vendas de los ojos. Así quedó inmortalizado como una metáfora de libertad en medio de la incomunicación y la tortura.

Contradicciones y tensiones

La apertura de este museo no ha estado exenta de polémicas. Ser considerada como un gesto político para sensibilizar a aquellos chilenos que, desilusionados, no votarían por el candidato democratacristiano; el resultado podría ser justamente el contrario. Esto, por el cúmulo de decisiones erráticas que, los afectados directos, consideran una burla a su dolor.

"¡Esto es pura imagen de mentira!" grita Hugo Contreras en el pasillo. "¡Construyen esto y paralelamente, hacen prescribir los crímenes y sigue la impunidad con los culpables sueltos!" continúa este santiaguino a quien le asesinaron su hermano en el año 1976.

Y las críticas continúan; con la inclusión de dos destacados representantes de la derecha chilena en el Directorio, la invitación del escritor Mario Vargas Llosa, simpatizante del candidato Sebastián Piñera; y la incorporación de un área para militares muertos en atentados. "Es como si los museos del Holocausto tuvieran verdugos nazis muertos", comenta Silvia, madre de un joven asesinado y quien no asistió a la inauguración como forma de protesta. "Es provocación, porque eran ellos los represores," reafirma Berta Manriquez, fundadora de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos y quien también se restó del acto oficial.

El espacio provoca discusiones espontáneas. Porque un museo que se dice de la memoria vuelve a todos expertos. Sobre todo cuando se trata de sucesos recientes.

Rosa Ramírez, una de las actrices y dramaturgas más galardonada del país, reflexiona: "Si hablan de Memoria y de Derechos humanos, falta información. En nuestra historia tenemos muchos episodios de represión, como la matanza de Santa Maria con 6000 obreros muertos y la represión de mapuche ahora en el sur…pero eso está invisible", declara con firmeza.

Mabel, compañera de tablas, explica este fenómeno: "Están invisibles porque solo afectan al pueblo. En cambio la dictadura militar afectó a personas provenientes de familias poderosas de clase alta que se volvió de izquierda y por primera vez supieron lo que era ser perseguidos".

Observando la placa institucional de 'Nunca Más' junto a la entrada, concluyen: "Si de verdad se anhela un 'Nunca Mas', deberíamos revisar toda nuestra historia de violencia con algún grupo excluido y nuestra cultura intolerante y estratificada. Sin ese ejercicio, esto puede volver a ocurrir una y otra vez…”

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